La literatura como herramienta de transformación social
Por Lía Guerrero
Escribir no deja de ser una forma de expresarnos, un recurso para volcar nuestras ideas, pensamientos, sentimientos y emociones empleando la palabra. Se escribe por placer, por dinero, por inquietud, por la necesidad de entender, por compartir… ¿pero cuál es la finalidad que se persigue con ello? ¿Acaso la literatura puede o ha de tener algún fin?
“Se escribe por placer, por dinero, por inquietud, por la necesidad de entender, por compartir… ¿pero cuál es la finalidad que se persigue con ello?”
Definida por la RAE como «el arte de la expresión verbal», pareciera que la literatura tiene una funcionalidad meramente estética, que su importancia radicara más en la armonía final que toman las palabras, que en el transfondo de lo que estas expresan. Es un aspecto sobre el que se ha debatido largo y tendido, valorando también si la literatura puede ser algo más que la exteriorización desde una perspectiva estética de las inquietudes humanas. Y esto último es lo que en este pequeño espacio quisiera abordar: si la literatura puede ser concebida además como una herramienta para la transformación social.
En un interesante artículo[1] , afrontando este tema como una disyuntiva irresoluble, José Saramago calificaba de «ingenua e idealista» esta tendencia de pensamiento, al considerar que las grandes obras de la literatura no provocaron un cambio en la moral de las sociedades, aunque pudieran tener una fuerte influencia en comportamientos individuales. Planteaba entonces que, si no podía operar estos cambios, la literatura pasaba a ser un reflejo del estado de las sociedades, donde su finalidad parecía abocada al mero entretenimiento.
Sin embargo, multitud de autoras y autores entienden la literatura desde esta perspectiva más social, defendiendo su función como herramienta de comunicación transformadora y con capacidad para cuestionar las desigualdades. Por ejemplo, basta recordar a Eduardo Galeano para pensar muchos de sus escritos como textos marcados por una profunda denuncia social, donde es posible incomodar al lector/a y apelar a la reflexión. De igual forma, cuántas veces la obra de Federico García Lorca ha agitado conciencias y ha servido a un fin educativo centrado en el intercambio popular de ideas. E incluso hay subgéneros literarios que nacieron con la vocación de mostrar abiertamente los problemas sociales y subvertir las desigualdades, como es el caso de la ciencia ficción feminista.
Sin ánimo de contradecir a Saramago, creo que son innumerables los ejemplos de literatura orientada, en mayor o menor medida, a contribuir a la transformación social. Muchas obras persiguen llevarnos a ahondar en la contradicción, a pensar de una forma más crítica nuestras realidades, aspirando a dejar un cierto poso en nuestras conciencias y a que este actúe libremente. Muchas otras, de forma indirecta y sin ser concebidas para ello, nos pueden servir de forma pedagógica para cuestionar las desigualdades sociales que reflejan.
“Esta potencialidad de la literatura para plantar la semilla de la duda, el pensamiento crítico y la reflexión es, a mi juicio uno de sus aspectos más enriquecedores”.
Esta potencialidad de la literatura para plantar la semilla de la duda, el pensamiento crítico y la reflexión es, a mi juicio uno de sus aspectos más enriquecedores. Cuestión distinta puede ser su efectividad, que su alcance transformador sea el deseado o que sus impactos trasciendan la individualidad. Pero donde hay una toma de conciencia en el lector/a, una ampliación de su mirada o un sobresalto de la conciencia considero que la literatura ya está operando como herramienta de transformación social, prendiendo una llama que sin ese proceso bidireccional de lectura-escritura no se hubiera encendido.