Breve antología en papel celeste, rosa y blanco
Por Rocío Álvarez González
Breve antología en papel celeste, rosa y blanco.
En los últimos meses se debieron conjurar varios imponderables cuando Biden designaba a la doctora trans Rachel Lavine como Subsecretaria de Salud casi coetáneamente al desvelamiento del borrador de la Ley Trans en España, algo que desataba la aparición en las calles de banderas de franjas celestes,rosas y blancas junto con la de términos como identidad de género, género fluido, crossdressing, no binarismo, Terf o trans-excluyente en el debate público, ambos habiendo estado históricamente anexados al margen.
Aunque desde 2007 se puede cambiar el género en el registro sin pasar por quirófano, evitando que la documentación que te revela como trans te patologice o estigmatice, ha vuelto a causar una polémica que en ocasiones rezumaba a carpetovetónico rancio y desenterrado.
Antes que Rachel Lavine, fueron otras las personalidades puestas en el punto de mira por su condición transgénero en forzosa relación con su designación laboral. Fue el caso de Paisley Currah, profesor en la City University de Nueva York y creador de TSQ, la primera revista dedicada al estudio de la transgeneridad desde una perspectiva cultural y no médica.
El imaginario actual, sobre todo en la cultura pop, muestra una normalización gradual de la visibilidad transgénero en la vida pública, lo que conlleva una mayor integración de la literatura trans y queer en la agenda editorial. En detrimento de una amplia gama de autobiografías y estudios académicos ligados al estudio no transversal de la parte política y psicológica nacidos de la crónica y el más prosaico tecnicismo, la legitimación y despolitización de las obras ficcionales que incluyen personajes o protagonistas trans se encuentra en ascendiente auge, acercándose a la normalización.
Aunque las obras referentes de la teoría queer o el movimiento trans son cronológicamente recientes, a mencionar “Becoming a Visible Man” de Jamison Green (2004) ,“El género en disputa’’ de Judith Butler (2007) obra capital de los estudios del género visto como una construcción que potencia dispositivos de exclusión, “Beyond Magenta: Transgender teens speak out” de Susan Kuklin (2014), “El arte de ser normal” de Lisa Williamson (2015) o “El despiste de Dios’’ de Diego Neria Lejárraga (2016) que cuenta la historia del primer transexual recibido por un papa, desde hace años se persigue la titánica gesta de inmortalizar en papel a sus protagonistas, aunque haya sido a modo de alter ego, como ocurrió con Laura Albert al crear el espectro de JT Leroy alrededor de una criatura cuya premeditada morfología le había convertido en una alienación de sí misma.
Aunque “Una narrativa de la vida de la señora Charlotte Clarke” ya data de 1755, su naturaleza en relación a esta temática está fraguada a partir de cábalas y noticias fragmentadas de corte parcial y habiendo antecedentes en “La Metamorfosis” de Ovidio donde Teresias, un hombre, se convierte en Teresa; fue en 1882 cuando nace la primera persona trans de la historia, Lili Elbe, cuya vida quedó registrada en la novela “The Danish Girl” de David Ebershoff, posteriormente llevada a la gran pantalla.
En el terreno estrictamente literario se data de principios del siglo 18 (XVIII) el epíteto “Molly” o “casas molly,” para designar burdeles con predominante presencia de travestismo, terminolgía que aparecía con frecuencia en las novelas de la época hasta que en 1928 con la novela de Virginia Woolf “Orlando: A Biography” fue cuando hubo una propuesta real sobre cuestiones de roles de género.
En agosto de 1966 la comunidad queer de la cafetería Compton protagonizó la primera revuelta trans de la historia que quedó marcada como el primer acto de resistencia militante trans, tres años antes de los acontecimientos de Stonewall que suelen considerarse el principio del movimiento. Así en 1970, Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson, forman STAR, la primera organización activista transgénero, cuya trayectoria se recoge en la obra “S.T.A.R. Acción Travesti Callejera Revolucionaria”, cuya tercera edición se completó en 2017.
Actualmente, el día internacional de la visibilidad transgénero y conmemoración de sus víctimas se ha establecido en nuestro país el 31 de este mes de marzo, convenientemente coincidiendo con la fecha de la que data la muerte de Charlotte Bronte, una de las pioneras literarias en luchar contra el sistema patriarcal.
Aunque la aparente amplia presencia del mal llamado género queer parece estar proliferando en la abolición de la estigmatización, lo cierto es que la lucha de este colectivo tiene aún trabas a las que enfrentarse. Mientras Colombia ya registra cinco asesinatos de mujeres trans en 2021, en febrero un niño de 11 años fue agredido por cuatro menores en Pamplona por autodenominarse transexual. El campo de las letras tampoco queda exento de contribuir a la marginalidad, así J.K Rowling conocida por ser la autora de las sagas de “Harry Potter” era criticada recientemente por su nueva novela en la cual asocia la psicopatía con la transexualidad en su trama central, algo que ya se criticó en 1991 en la película de Jonathan Demme “El silencio de los corderos”, basada en una novela de Thomas Harris.
Editorialmente, son numerosos los autores transicionando que se tienen problemas a la hora de atribuirse la autoría de sus libros en caso de cambiar de nombre, obligándoles a usar pseudónimos asexuales, como le ocurriría a Bronte con Currer Bell.
Acierta Acevedo al afirmar la importancia de la presencia en literatura de este colectivo cuando dice que:
“Lo literario tiene la capacidad de llegar a las personas acercando una experiencia con un material que no participa de lo real. La literatura convierte algo particular en algo universal porque puede tocar particularmente a una persona para hacerle sentir que, aún siendo diferente, comparte una experiencia. Algo que otros discursos no pueden hacer”.
Acevedo