Charlas sobre barra: Sabino Méndez
Charlas sobre barra. Sabino Méndez
Por Paco Burgos
Hace algún tiempo, hablando con amigos y con la diversa fauna nocturna por los bares de Granada —muchos de esos locales, por desgracia, ya no existen—, me comentaban que Cadillac solitario de Loquillo les traía muy buenos recuerdos, algunos me decían que los mejores de su vida.
Obviamente, todas esas personas que me hacían aquellos comentarios sobre esta canción eran mayores que yo.Aquellas palabras me hacían reflexionar sobre el poder de las canciones, la importancia que tienen en nuestra vida, los sentimientos y emociones que despiertan en los seres humanos. Generamos energía, y esa energía es la que nos hace conseguir atraer todo lo que finalmente queremos conseguir. Bueno, todo o casi todo.
El caso es que todo lo que aquella gente me contaba sobre esta canción tuve la suerte de vivirlo cuerpo a cuerpo, con la primera persona del verbo «acompañar».
Hablar de Cadillac solitario es hablar de un tema que desde hace tiempo es universal. Es de la gente, da igual el año, el lugar, el momento, la situación… Da lo mismo, es del pueblo.
Con su autor terrenal, Sabino Méndez —músico, compositor, escritor, protagonista, espectador y observador de aquellos años donde lo que se soñaba de día pasaba de noche—, se puede charlar de muchas cosas. De metáforas, ironías, sarcasmos y política, aunque esto último está ya tan saturado que hemos decidido fustigar ese tema con el látigo de la indiferencia.
Aquí hemos quedado, para tomarnos algo en esta metafórica barra de bar y charlar un rato, y esto nos ha salido. Muchas gracias de antemano.
P. En Corre, rocker: crónica personal de los ochenta comentas que el futuro fue tu enemigo durante mucho tiempo.
R. Sí. Los que teníamos 16 años en 1977 y éramos un poco inquietos no veíamos con mucho placer el mundo en el que nos proponían crecer. Existía la Guerra Fría, con la carrera armamentística nuclear, el problema ecológico ya estaba presente y, además, una gran mayoría de los regímenes del ámbito hispánico eran dictaduras. No es extraño que nos identificáramos tanto con el punk y su eslogan «No future».
P. Viendo la diferencia tan abismal entre el pasado (años ochenta) y el presente que vivimos, ¿no crees que mirar al futuro es como el mejor de los aliados posibles?, ¿o estamos pecando de ansia y eso nos desconecta de la realidad actual y nos puede hacer perder?
R. Bueno, si para algo sirvió la experiencia suicida de los ochenta fue para ver que la historia no está escrita ni predestinada, sino que la hacen los seres humanos. Se consiguió que cayera el muro de Berlín, se consiguió eliminar el agujero de la capa de ozono y acabar con las dictaduras latinoamericanas. Así que nadie puede decir que, si somos conscientes de los problemas actuales, no exista una posibilidad de enderezarlos. Quizá necesitamos un poco menos de hipocresía, menos sectarismo y más debate, lectura y formación. Estas tres últimas cosas van a ser las más difíciles de recuperar en el siglo del hortera ignorante y orgulloso en el que nos estamos adentrando, un ciudadano medio que está más titulado (títulos baratos, conseguidos por enchufe y de bajo nivel de conocimientos) que verdaderamente formado.
P. En este libro hay muchas citas justo antes de empezar una nueva historia. Tengo que decirte que tengo amigos que han descubierto y redescubierto a tipos como Hunter S. Thompson gracias a la recuperación de sus frases en el libro.
R. Soy un mero copista. Pero me parece que es perfectamente factible innovar, a la vez que se transmite la semilla de escritores olvidados que eran mejores que muchos de los actuales. Hunter S. Thomson es uno, Gérard de Nerval sería otro. Hay que preservar esos maravillosos logros y difundirlos a la vez que uno busca su propia voz: una tarea muy satisfactoria, basada en el puro placer intelectual, que le garantiza a uno que no se aburrirá ya nunca hasta el día en que se muera.
P. Como decía Silvio, el roquero sevillano: «No se entiende la Semana Santa sin bacalao, ni el bacalao sin Semana Santa». En este caso sería algo así como que no se entiende la literatura sin didáctica y viceversa, ¿verdad?
R. Más que didáctica o pedagogía, yo diría transmisión, difusión y el placer de compartir. Algo muy similar a los que hacemos con nuestros genes. Al final, probablemente todo sea un simple instinto biológico, y precisamente por eso puede que sea por lo que nos da tanto placer.
P. Dentro del anecdotario de Corre, rocker: crónica personal de los ochenta, que no es poco, hay un pasaje, y ya hemos hablado de él en un encuentro anterior en Granada, que es cuando estuvisteis con Trogloditas e Ilegales en el programa de Fernando García Tola en Televisión Española. Jorge de Ilegales le soltó aquella píldora lingüística a una de las invitadas, entre otras cosas, y también por otro lado los alucinantes momentos con Poch. Como sería todo aquello que no se debe de contar, ¿no?
R. Al revés. La principal diferencia de aquellos tiempos con los actuales es que entonces todo se hacía obscenamente en su sentido más estrictamente etimológico (es decir, encima del escenario). No ocultábamos nada, ni al follar ni al tomar drogas, ni al provocarnos unos a otros. En unos tiempos fariseos y pseudovictorianos como los actuales, donde todo se oculta hipócritamente, es normal que piensen que, si eso era lo que mostrábamos, qué cosas no debíamos ocultar por debajo. Pero lo cierto es que entonces, en aquellos primeros ochenta, todo se podía contar; no como ahora, en estos tiempos timoratos y melindrosos. Entendamos que estoy hablando de una provocadora minoría, transversal socialmente, que estaba en la vanguardia. En aquella época también existía quien se quería dedicar a hacer cosas más comerciales y ya era tan hipócrita como la mayoría actualmente. El problema presente es que está bien visto triturar al pensamiento supuestamente incorrecto, como si todo debiera ser comercial y digerible para todo el mundo: hoy en día, para los prescriptores culturales, si no eres digestible y en el fondo comercial no vales para nada.
P. Fuiste fundador de la agencia de contratación artística La Iguana, gracias a ello conociste en persona a músicos como Chuck Berry, Jerry Lee Lewis o Willy DeVille, entre otros grandes de la música. Obviamente, esto te dio para hacer tu segundo libro, Limusinas y estrellas. Comenta Fernando Pardo, de Sex Museum, que: «Hay que tener cuidado cuando conoces a tus artistas favoritos, ya que te pueden decepcionar, y mucho». ¿Cómo fue tu cuerpo a cuerpo con todos ellos? ¿Habría alguna posibilidad aún de ver ese libro reeditado solo con texto?
R. La verdad es que no me he movido demasiado para buscar una editorial que lo reedite. Para este tipo de asuntos soy un vago irremediable. Lo cierto es que, ahora mismo, para las editoriales principales que cuidan el fondo de catálogo a largo plazo, las reediciones no son muy buen negocio. Y, de tomarme la molestia de
invertir el tiempo necesario en recuperarlos, revisarlos y poner esos libros de nuevo en circulación, me gustaría que fuera con una editorial que cuidara bien su fondo de catálogo con vistas a largo plazo. Me da la sensación de que el único sentido de esos manuscritos es que estén destinados a caer en manos de la clase de lector que me hubiera gustado.
En cuanto a la decepción del artista favorito, lo cierto es que no esperaba mucho de ellos. Siempre he separado muy bien la obra de la persona. Pero asistir presencialmente a sus particularidades de conducta y de carácter, sus pequeñas manías, sus comportamientos inesperados e impensables, me gustaba mucho. Me parecía un privilegio irrepetible ser testigo directo de sus especificidades humanas más allá de la leyenda circulante sobre ellos. Le hace a uno más sabio y un poquito más felizmente desconfiado y suavemente escéptico con los titulares de noticias que son ahora el pan nuestro de cada día.
P. En tu tercera incursión literaria sigues tirando del filón de las técnicas autobiográficas. Confiesas que Hotel Tierra es uno de tus libros favoritos, siendo Jorge Herralde figura clave para su nacimiento. ¿Pero qué lo diferencia realmente de los anteriores?
R. La forma, desde luego. Esa recreación de la prosa dietarística que uso en el libro resultó un esquema muy cómodo para contar con más detalle visiones personales, humoradas y observaciones que se quedaban fuera de los otros libros.
P. ¿Como fue la experiencia de conocer a un fotógrafo claramente influenciado por García Alix o el propio Richard Avedon como es Thomas Canet?
R. Thomas y Vanesa, su mujer, son una maravilla de personas. Fuimos vecinos durante un par de años en Madrid, cerca de la plaza del Liceo. Canet sigue una de las pocas direcciones que, a mi modo de ver, puede ser interesante en el futuro de la fotografía; es decir, la escuela de García Alix, que se centra más en el significado del momento captado que en los simples juegos de luz o de color, superados ya por la infografía. Por eso muchas veces prescinden del color, para no distraer al espectador y centrar su atención. Además, veo muy positivo que lo hagan evitando cuidadosamente la grandilocuencia en la que a veces cae, por exceso de buenas intenciones morales, el fotoperiodismo.
P. En tu última aventura del negro sobre blanco, Literatura universal,
te metes de lleno en la ficción para ser el narrador no protagonista de la historia de un libro que está lleno de mensajes ocultos y que requiere de la lectura entre líneas, incluso de la relectura en más de una ocasión (cosa que me ocurrió en Corre, rocker: crónica personal de los ochenta, por cierto). ¿Crees que la parodia es una forma más de reírse de uno mismo? Es decir, ¿de cometer un acto inteligente en mayúsculas, algo que además está ya en desuso?
R. A Karl Marx le gustaba decir que la historia humana se da primero como tragedia y se repite luego como farsa. Marx quería pasar por materialista, pero luego se ponía lírico en sus análisis y al final le perdía siempre la poesía y la metáfora. Lo que me gusta de la parodia es que permite reunir y sintetizar esa tragedia y esa farsa, el llanto y la risa, que son dos cosas inseparables de la vida humana. Si algo nos une a los humanos es que no conocemos a nadie que no haya experimentado algún momento de llanto o de carcajada. Eso nos facilita entender cómo sienten los demás, y la empatía en general. Por eso creo que la parodia nunca pasará de moda, solo se practicará de diferentes maneras. Otra cosa es la sátira, que se realiza de una manera más cruda y permite menos variantes. No te digo ya el sarcasmo...
P. Cuenta Igor Paskual en su libro El arte de mentir que la ironía te puede costar en un bar un buen puñetazo, y a un político muchos votos en un debate televisivo.
R. Todos los seres humanos somos parodias de nosotros mismos en algún momento u otro de nuestras vidas. No se puede ser constantemente heroico. Hasta los mejores han de lidiar algún día que otro con el estreñimiento o la flojera. Todas las formas de humor (parodia, ironía, farsa, sátira, sarcasmo) permiten recordar eso, porque son juegos que resaltan la incongruencia (y la vida humana está llena de ella), provocando el mecanismo mental de la risa. Algunas de esas maneras permiten más ternura y heroísmo que otras. Pero todas hay que tratarlas sutilmente, con delicadeza, porque si no, efectivamente, te espera el puñetazo o el rechazo de la masa.
P. ¿Te sigues considerando, o, mejor dicho, os seguís considerando los que vivisteis los ochenta unos privilegiados por el mero hecho de poder hablar en tono irónico o metafórico sin que hubiera ningún tipo de cortapisa o censura por parte de nadie o casi nadie?
R. Obviamente, era un tiempo mucho más prometedor. A la vez más
desesperado y a la vez más inocente. Pero, por otra parte, dado que el futuro era incierto, todo era posible, todos los sueños estaban permitidos. En cierto modo, supuso para nuestro país lo que fue la década de los cincuenta para Estados Unidos, un cambio en las costumbres sociológicas. Ahora todo va más sobre raíles, con un camino marcado y duros vigilantes para que no te salgas de los límites.
Nuestro privilegio fue vivir un tiempo irrepetible, donde existió un pequeño vacío de poder mientras se construía el tablero de juego democrático español que permitió a los artistas jóvenes ir un poco más a su aire y establecer complicidades impensadas. La desventaja del tiempo actual es tener cada día a un político hablándote a la oreja sobre sus propios intereses y no dejándote respirar, constriñendo tu visión del mundo. El privilegio actual, por otra parte, es que tenemos mucha más información debido a la experiencia de décadas precedentes. A veces me sorprendo de lo poco que estamos usando esas posibilidades de información y estudio. Supongo que porque nos roban la atención para dirigirla a otras cosas.
P. Bueno, nos vamos acercando al final de la copa y ya quieren cerrar. Antes de que nos echen, cuéntame cuáles son tus próximos proyectos.
R. Poner en orden todos los manuscritos y fragmentos que tengo y ver cuál de ellos tiene más visos de poder ser trabajado en profundidad.